Tenía dos opciones a la hora de hablaros de este pequeño libro que acabo de terminar. La primera opción era un texto en el que no decía absolutamente nada (¿es eso un texto?) y que por toda información sólo contenía una fotografía de la portada del libro en la edición que yo he leído. He descartado ese camino ya que era injusto con un libro que me ha parecido una absoluta obra maestra. La segunda opción era una enorme disertación acerca de las bondades literarias del señor Thomas Pynchon y la importancia que este libro en concreto tiene para narraciones posteriores (de David Foster Wallace a Jonathan Franzen, pasando por Don DeLillo). No me apetece disertar. Así, descartadas las dos únicas opciones, me veo obligado a hacer un híbrido, con lo que eso demuestra mi absoluta incompetencia a la hora de encontrar palabras para describir semejante novela.
“Pues ahora era como caminar por el mapa de la memoria de un ordenador gigantesco, los ceros y los unos hermanados en lo alto, colgando como esculturas móviles en equilibrio por la derecha y por la izquierda, tupidos por delante, infinitos tal vez. Detrás de las crípticas callejuelas habría o un significado trascendente o sólo la tierra.” Edipa Maas, la protagonista de La subasta del lote 49, llega a esta conclusión ya al final del libro, al final de la historia que Thomas Pynchon ha ideado para ella. Sabedora de que está en medio de un relato que ni ella ni el lector son capaces de comprender en toda su magnitud, sólo le queda la seguridad de que es el autor (Pynchon) el que sabe lo que está haciendo. Pero este sistema binario que Pynchon/Edipa nos plantea es mucho más trascendente. La literatura, el relato, la narración, la Historia, sólo puede ser real o falsa, trascendente o intrascendente, coherente o paranoica.
Sería un iluso si pretendiera narrar (a modo de sinopsis) la trama (entendida como suceso de hechos) de La subasta del lote 49. Sería un iluso y además haría muy poca justicia a un libro (y a un autor) al que hay que entrar completamente vírgenes de prejuicios y dispuestos a zambullirse en el universo pynchoniano, dispuestos a traspasar el espejo como Alicia. Sólo nos queda abrir los ojos y disfrutar (o no) con una de las prosas más brillantes de finales del siglo XX, con una de las mentes más imaginativas del panorama literario contemporáneo, con uno de los libros más endiabladamente divertidos y crípticos de la narrativa norteamericana. Eso, ni más ni menos, es todo lo que nos ofrece Pynchon: un baño de buena literatura.
P.D.: Nada o casi nada se sabe de un autor que ha hecho del anonimato y la ocultación su marca de identidad. Un par de fotos y el descaro de mandar a un payaso a recoger un prestigioso premio literario. Por eso cuando dicen que Pynchon es uno de los eternos candidatos al Premio Nobel de Literatura me cuesta imaginar una ceremonia más divertida.
No me ha quedado muy claro de qué trata, imagino que no has querido desvelárnoslo. Tomo nota!!
ResponderEliminarPues eso es lo que estaba yo necesitando un mar lleno de buenos libros para animarme a leer. Gracias, Marco.
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